domingo, 31 de agosto de 2014

Un mismo camino.




La pluma había sido un regalo precioso de navidad. Le encantaban las antigüedades de aquella tienda de la esquina y su madre, muy acertada, se la había comprado. Era de madera oscura y tallada con una pluma de pavo real enganchada al hueco del pico. La punta era de metal, muy elegante y la tinta venía en unos tarros negros.
A parte de que le encanten los misteriosos objetos de aquella tienda, le encantaba escribir. Y por ello, la pluma había sido el mejor regalo que había tenido.
Aun que le daba miedo utilizarla, por lo delicada que parecía, Tessa tenía muchas ganas de escribir con ella. Pero sin embargo, había preferido guardarla, poniéndola como decoración en su estantería. 
Solo pasaron dos meses hasta que tuvo que darle uso.


                                                                  * * * 


Había tenido que ir a la biblioteca para hacer un estúpido trabajo de geografía pero la información que necesitaba no estaba en ningún lado. Su profesor le había mandado que estudiara a fondo e hiciera un trabajo de opinión sobre "islas del Pacífico, procedencia y mitos" lo que sonaba muy poco concreto ya que tenia por seguro que habría muchas o muchísimas islas en el océano. 
Es más, según leía más libros, se hacía más pesado. Encontraba cosas, sí, pero no era el típico trabajo que puedes copiar de Wikipedia. 
En todo este lío se había metido porque el cabrón de su amigo Miles le había tirado un avión de papel en clase de historia, lo que no es muy inteligente por su parte. La profesora Natalie era un auténtico ogro. Si no le entregaba el trabajo el martes, le pondría un cero en actitud y trabajos, lo que significaría un suspenso.
Suspiró indeciso, aburrido y enfadado. Se levantó de la silla haciendo ruido y la bibliotecaria le echó una de sus miradas asesinas. Cogió su mochila, se la puso al hombro y caminó por los pasillos de la biblioteca. Estaban llenos de libros, de distintos colores y tamaños. Y sin esperarlo, uno cayó sobre su pie. Brent aguantó la respiración. "Mierda, mierda, mierda" soltó el aire por la boca, entre los dientes. Recogió el libro del suelo y casi se le cae, no pensaba que pesaría tanto. Entre el trabajo y el dolor de pie, estaba más que enfadado, solo tenía ganas de pegar o romper algo. Sin embargo, respiró hondo y lo puso en la estantería. Volvería a casa, se daría una ducha y miraría el Internet información. Y cuando comenzó a andar sonó un "pum" detrás. El libro se había vuelto a caer. Miró en el hueco donde encajaba en la estantería y no había nada. Lo recogió otra vez y lo volvió a meter en su sitio. Pero sin darle tiempo a volverse el libro le cayó sobre el brazo, y se resbaló hasta el suelo. "Me tomas el pelo" lo recogió con el brazo que no estaba dolorido. Era de cuero rojo y liso. No tenía título, ni sinopsis, ni autor. 


***


Era divertido inspeccionar en la casa de su abuelo. En cambio a su hermano no le hacía tanta gracia. Siempre iban allí para celebrar el cumpleaños de su madre en Febrero. Estaba a las afueras de la ciudad, en la orilla del "Lago negro". Era un sitio que a Samantha le encantaba. Iba allí, comían rosquillas con chocolate caliente, su hermano se quejaba de lo aburrido que era la casa mientras veían una de las pelis de su abuelo, y después ella por su parte rebuscaba en el trastero. Era lo más entretenido que se podía hacer, el agua del lago estaba helada - literalmente - y a menos que quisieras contar las baldosas del suelo, no había mucho más. De todas formas, siempre encontraba cosas viejas, polvorientas, pero que eran un mundo para ella. Había calcetines sin su pareja, un abrigo con los bolsillos rotos, un teléfono antiguo sin cable, libros con letra de imprenta, manteles de cocina con flores bordadas, bicicletas pinchadas, cajas de herramientas vacías... Una pila de fotos de cuando la abuela y él se casaron. Y a su derecha, un cuaderno negro grueso y vacío. Destacó porque no concordaba con aquel montón de chatarra. "En realidad, parece nuevo" se dijo a sí misma mientras pasaba las páginas en blanco.


***


Su madre y su padre trabajaban juntos en la galería de arte. La pintura y la escultura eran su todo, su expresión y su punto en común. Se situaba cerca de su casa, al lado de la costa. Al salir del colegio, como siempre, se dirigía allí y comía con sus padres algo - normalmente - guardado en un taper y después se iba a la academia de pintura en autobús. Los días eran rutinarios, pero eso no era ningún problema para Dylan, le gustaba la tranquilidad y la seguridad del día a día.
"¿Qué hay hoy para comer?" dijo mientras dejaba su mochila sobre la mesa blanca. "Pollo frito y ensalada" respondió su madre mientras habría los tapers. "Hoy ha sido un buen día." dice contento su padre mientras se sienta al lado de Dylan. "¿Han comprado alguno?" preguntó. "En realidad, me ha sorprendido mucho porque querían un cuadro que compré hace poco, es muy raro". "Am" "Es ese de allí" señala su padre con la cabeza. No le veía mucho misterio: estaba pintado entero de un blanco-gris con brocha con óleo, sobre lienzo. Y en la esquina de arriba izquierda había un punto negro del tamaño de la marca que dejaría la punta del dedo meñique bañado en tinta sobre el papel. No llegaba a entender que desvelaba, a lo mejor simplemente era de un artista importante. Me quedé mirándolo contrariado toda la comida, sabiendo que había algo que se me escapaba. Después, sacudí la cabeza, dije adiós y me fui a la academia.