sábado, 18 de enero de 2014

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Iba rompiendo el aire. La adrenalina me recorría, ardiente. Sentía el frío en mis calientes mejillas sonrosadas. Abrí los brazos. La libertad me abrazaba. Me di más impulso y exhalé una gran nube de vaho. La carretera se veía difusa en mis pies. Veloz como el viento. Era uno de los momentos en los que más me evadía. Solo pensaba en esa sensación, la adrenalina. Aceleré más y más. El mar a mi lado rugía con fuerza y el viento me alborotaba el pelo. De repente, la imagen se volvió aún más difusa. El paseo marítimo desapareció entre un tornado de colores y confusión. Mierda. El dolor apareció. Ay.  Aparecí en el suelo despatarrado. La pierna me sangraba al lado de un moratón del otro día. Joder. El longboard seguía por el camino, cuesta abajo, con mayor velocidad que cuando iba sobre él. Me levanté y noté un pequeño pinchazo de dolor sobre la herida. Corrí tras él. Bajé la cuesta y el longboard no se detenía. La calle de más allá era totalmente recta. Corrí y el maldito long no se detenía. Di una bocanada de aire helado y aceleré. No me podía creer que se estuviera yendo hacia la casa de… Una figura apareció al final de la eterna calle. Estaba oscuro y las farolas anaranjadas no la iluminaban mucho. Pero supe con seguridad de quién se trataba. Estaba impresionante. Con un vestido rosa que marcaba sus formas. Me dieron ganas de correr hacia ella y… Uf. Para. Para.
-         - ¿Liam? – Preguntó parando el longboard con el pie. Me encantaba como mi nombre sonaba en sus labios.
-          -Perrie. – Dije sorprendido. Me peiné para el lado el flequillo y la miré de arriba abajo otra vez. Dios, me puede. - ¿Qué haces aquí? – Pregunté con voz ronca.
-       - Es mi calle, Liam. –Me respondió con los ojos en blanco. Después, se sentó en el bordillo de la calle y me senté a su lado. Se le había corrido un poco el maquillaje por debajo de los ojos y no sonreía. – Vale. Bueno, supongo que necesitaba tomar el aire.
Estábamos a unos metros de la lujosa valla de bienvenida de su casa. Normalmente esta calle estaba desierta. Iba con mi longboard por la costa hasta su casa y me volvía hacia la mía. Nadie pasaba por allí. Era un sitio tranquilo. Pero esta vez el trozo de calle que daba con su casa estaba repleto de lujosos coches aparcados uno detrás de otro.
-         - Haces una fiesta ¿y no me invitas? – Le comenté de broma. – Ya sabes que me encantan – Y me encantas.
Me miró avergonzada y después molesta.
-          Estoy cansada. – Bajó la mirada hacia sus manos quienes jugaban con su anillo.
-          -¿Qué pasa? - Me miró indecisa. – Venga, suelta – La dije dándole un pequeño codazo y sacándole media sonrisa.
-          -Un gilipollas. – Suspiró. – Aunque realmente soy yo la idiota por seguir enamorada de él.
Con sus palabras me llegó un pequeño shock. Enamorada de él. Fueron como si me arrojaran un jarrón de agua fría. Sabía que ella conocía a más gente y que había salido con chicos pero me fue difícil ocultar mi pesar.
-         - ¿Estás bien? -  Fue lo único que pude articular.
-          -Supongo. – Me miró a los ojos y sonrió. Se levantó y me tiró de la muñeca para que hiciera lo mismo. Cogí el longboard y me puse en pie. – Mira, ya que estas aquí, te invito a mi fiesta. Vamos a pasarlo como nunca, ¿vale?
La seguí el juego. La había animado y puede que esa noche lo pasara muy bien. Por un instante, me deprimí pensando que a lo mejor me estaba aprovechaba de su debilidad del momento. Después pasó y me conformé con lo que había.
-Vamos – Le pasé el brazo por su cintura y fuimos hacia la gran valla.

jueves, 16 de enero de 2014

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- Raaaain.
Por Dios, que pesado.
- Raaaain. -Silencio- Venga, Rain, se que me estás escuchando. Abre la puerta y hablamos.
No te voy responder Andrew, deja de intentarlo.
-Rain Black abre la puerta ahora mismo. - Dijo ya serio. 
Bah. Cerré la tapa de mi ordenador y me levanté de la cama. Si es que se podía llamar cama.
-¿Qué quieres Andrew? - Dije abriendo la puerta.
Miró por encima de mi hacia la habitación y puso cara de enfado.
-Esto esta hecho una mierda. Tienes que recogerlo.
- Vaaale ya lo haré. ¿Algo más? - Dije cerrando un poco la puerta.
- Si. - Abrió la puerta al máximo. - Hoy tengo una cena muy importante, Rain. - Miró al suelo y suspiró. Se le veía demarcado, con ojeras y arrugas. - Me encantaría que vinieras - Dijo poniendo énfasis. 
Me sorprendí. Nunca me llevaba y solo en las excepciones yo, como no, la acababa jodiendo.
-Eh... No se que decirte.
Y era totalmente cierto. Pensaba que le daba vergüenza que le vieran conmigo.
- Se que hemos pasado malas temporadas... - ¿Malas temporadas? JÁ. - Pero, quiero que empecemos de nuevo ¿vale?
Se le veía nervioso. ¿Te ha dado la vena familiar después de tres años? 
No iba a ser mala. Ya me sentía demasiado culpable por como había destrozado su vida.
-Vale. - Respondí seria. Por su expresión supe que se había sorprendido. - Pero, yo elijo lo que me pongo. - Le sonreí pícara y me metí en mi cuarto cerrando la puerta. Me gustaba haberle sorprendido. Tal vez, y solo tal vez, había una mínima esperanza de que lo que había dicho fuera verdad. Todo por lo que había pasado había hecho mella en mí. Y no podría cambiarlo sin ayuda de nadie.
Cojí un vestido del armario. Era uno de esos que había comprado pensando que alguna vez tendría una fiesta, baile o cena especial en el que ponérmelo. Había sido una tontería, un mero capricho, y había pasado allí, encerrado en el armario durante meses. Lo que más me gustaba de él es que era excesivo. Era azul metálico. Se abría con jirones y rotos en los muslos y en la espalda. Era ajustado y un poco escotado. Era perfecto.
Me duché corriendo y me peiné el pelo rubio azulado. Lo dejé suelto. Las mechas californianas quedarían genial con el vestido. Me puse unas medias negras unas botas negras de tacón y una gargantilla del mismo color. Raya negra y rímel para los ojos.
Tranquilízate. Respiré hondo. Sería una nueva oportunidad. Una nueva oportunidad. Volví a respirar profundamente. Sonaba bien. 

Llegamos a la fiesta. Debía ser bastante tarde porque ningún amigo/jefe/persona nos fue a recibirnos. Entramos en una enorme finca. Estaba oscuro, pero se distinguían tres grandes casas que rodeaban una fuente dorada. Caminé detrás de mi tío, que parecía un poco arrepentido de haberme traído. Alguien abrió la puerta de una de las casas y dos personas salieron de ella. Se cruzaron con nosotros mientras iban hacia la salida. Andrew me cogió de la mano y aceleró el paso hacia la puerta abierta.
Entramos y el olor a alcohol me asaltó. La música no sonaba muy alta, lo justo. La gente bailaba, hablaba, reía y bebía. Todos demasiado mayores.
- Qué ambientazo - Se me escapó, irónica.
- Me dijeron que habría chicos de tu edad...- Se trató de explicar.
-Bah, da igual. - Moví la mano restándole importancia. - Me daré una vuelta.
-Ten el móvil en vibración ¿vale? 
- Sí. Nos vemos en un par de horas. - Me fui lo más rápido que pude de su lado para que no me retuviera.

Lo primero que hice fue ir a la barra y pedir una copa. Me la bebí rápido y pedí otra.
-Wow. Pensaba invitarte a la próxima. - Un chico de pelo negro y ojos verdes me miraba con curiosidad. Estaba sentado en la barra al lado mio y parecía tener una cerveza en sus manos. 
-No me invitarías, son gratis. - Dije levantando el vaso hacia el y bebiendo hasta la última gota. Le sonreí al ver que esbozaba una sonrisa deslumbrante. 
-Te puedo invitar igualmente aunque no signifique pagarlo- Dijo señalando el vaso vacío y me guiño un ojo. Está tonteando conmigo. Me reí mentalmente.
-Me parece bien. - Le respondí. Tras otra copa, los efectos del alcohol me hacían soltarme más. Me sentía mejor y la risa se me escapaba siempre que podía. Ese chico me estaba haciendo pasar de los mejores ratos de mi vida.
Su móvil vibró en los pantalones. Se lo sacó y se revolvió el pelo mientras lo cogía. Después de un rato mirándole hablar me reí de mi misma por haberme quedado tan empanada. Colgó el teléfono y me sonrió. Me alegré muchísimo de haber ido a esa estúpida fiesta.
-Era mi hermana. - Me cogió de la muñeca - Ha encontrado el sitio donde está la verdadera fiesta. 
Tiró de mí y me reí.
-Estoy borracha. - Dije con voz pastosa y divertida.
- Me he dado cuenta. - Y rio. Volvió a tirar de mí, poniéndome en pie. - Vamos.

No se como atravesamos toda la multitud de adultos que había en el salón. Pero pudimos, y terminamos encontrando un salón, más reducido en el que sonaba la música fuertemente. No se oían casi las voces de los adolescentes que la llenaban pero se les veía bailar frenéticamente. Tan poco eran muchos, puede que unos veinte. Habían separado los muebles y habían formado una pista de baile con luces de colores en el techo. Una mesa hacía de barra con aperitivos y bebidas. Varios sillones estaban al otro lado y en ellos gente se liaba o hablaba. 
Fuimos a la barra y me dijo algo que no escuché. Sonreí como si le hubiera entendido y se fue de mi lado.
Me decepcioné un poco pero supuse que volvería.
-Holaaa -Una chica alta con un vestido rosa se acercó a saludarme. - Soy Perrie, Perrie Graham - Dijo como si su nombre lo dijera todo. - ¡Esta es mi fiesta!
La sonreí distraída.
-Mi padre es el jefe ¿sabes? Me ha dejado organizar todo esto porque sino sabe que me aburriría. Pero bueno...-Se debió de dar cuenta de que ni me conocía - Y tu ¿quién eres?
-Rain Black. 
-¿Black? No me suena. ¿Quienes son tus padres? - Dijo confundida. Debía ser la típica niña mimada y cotilla.
- Estan muertos. -Dije borde. No me gustaba que esa chica me interrogara y se sintiera superior.
-Ah. - Estaba incomoda. Bingo- Lo siento. - Carraspeó, dio un paso hacia atrás y se fue.
Que personaje. Esa conversación no me iba a destrozar la noche. Ya había superado lo de mis padres.
Pero...
-Perdona - Le dije a chico de la barra - ¿Tienes algo con alcohol?


miércoles, 15 de enero de 2014

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Era un día de invierno, ya navidad. La gente andaba rápido por las calles mojadas haciendo sus últimas compras o se refugiaban en los cafés tomando chocolate caliente. La brisa otoñal había pasado a ser un viento gélido y mayoría de las personas que caminaban, lo hacían deprisa y frotándose las manos enfundadas en guantes. Los árboles y la poca hierba a sus pies estaban cubiertos de una fina capa de escarcha y, dispersados por allí y aquí, se veían pequeños charcos marrones fruto del aguacero.
Era una escena fácil de apreciar desde mi punto de vista. Estaba sentada al lado de mi madre dentro de un Starbucks. Nos habíamos sentado en una esquina del café donde la pared era una cristalera, que dejaba pasar la imagen del invierno, pero no su frío. Estaba tranquilamente recostada con mi chocolate caliente entre las manos sintiendo el calor que emanaba de la bonita taza.

-Lea - Mi madre sacudió la mano delante de mí – Lea – Me volvió a llamar con tono cansino. Me giré hacia ella. Estaba leyendo una de esas revistas de prensa rosa que comen el cerebro a las mujeres. Sostenía el café caliente en una mano mientras con la otra pasaba la página. Era pelirroja, aunque en sus tiempos había sido morena oscura. Llevaba un abrigo verde largo hasta las rodillas que destacaban sus ojos, verdes también. Al parecer toda mi familia tenía los ojos verdes menos yo, la oveja negra.

Ya se había terminado el café y ahora me miraba intentando captar mí atención.

-¿Nos vamos ya? – Dije con tono desilusionado. La verdad es que me encantaba aquel lugar. No me fijaba en la comida ni la bebida, sino en las vistas. Me hacía divagar entre la gente como un fantasma, intentando adivinar las historias que debían de estar viviendo.

-Sí, deberíamos. – Miró su reloj.

Mi madre no era muy estricta con los horarios de los planes, pero nunca llegábamos tarde. Hoy tocaba una fiesta que daban unos amigos de mis padres y, aunque no me apetecía ir, al menos me prometieron que habría chicos de mi edad, lo que dudaba que fuera mejor. Con suerte podría meterme en alguna habitación y leer un rato tranquila. Aunque no quería tampoco ser una antisocial y dejar en ridículo a mis padres o ser una mal educada por no querer hablar con los demás. Resoplé levantándome el flequillo de lado. Vale, esa noche iba a hacer un esfuerzo, por mi madre y mi padre, se lo debía.- Me prometí- Parecía una cena importante para ellos…
Eché un último vistazo a la ventana viendo como en pocos minutos había oscurecido y habían encendido las luces blancas, rojas y doradas que deseaban feliz navidad a los grises transeúntes. Algún niño se paró a mirarlas y agitaba contento el brazo enseñando las luces a sus padres mientras estos sonreían.

-¿Qué me puedo poner para la cena? – Pregunté resignada por mi promesa mental.
-Te he comprado un vestido y unos tacones, hoy tienes que estar muy guapa. – Me sonrió con cariño- Aunque ya lo estas siempre. - Si lo dice tu madre no cuenta, mamá, la intenté decir mentalmente. Aun así hice caso omiso de mi misma, asentí y la sonreí.
Salimos del Starbucks y caminamos por la calle, donde nos juntamos con las demás personas como dos transeúntes más, cada uno con su historia oculta.

Mi madre aparcó. Mi casa era bonita, grande, situada en una zona de clase media-alta. En la entrada tenía una verja grande de metal que se habría y te dejaba pasar a un gran jardín con escarcha pero con encanto. Seguías un caminito de piedras y llegabas a la casa. Tenía un color ligeramente amarillo, como una casa rural y acogedora, pero cuando le daba el sol del atardecer se volvía dorada con sombras naranjas. Un pino se situaba a su izquierda, mi pino favorito. Allí me sentaba a ver el amanecer en el horizonte, pues en ese lado ya no había más casas construidas y lo demás era todo campo silvestre. En ese momento mi padre y mi hermano estaban sacando las cajas con la decoración navideña y colocándola el él. Bolas rojas, doradas, plateadas, pequeñas estrellas de cinco puntas, telas transparentes puestas en espiral… Estaba quedando precioso. Solo faltaba la estrella.

-Michelle, Lea - Mi padre nos había visto. Se había girado y ya bajaba de la escalera portátil en la que estaba subido para colgar la decoración. Sonreía de oreja a oreja. No estaba segura si era por el efecto que tenía la navidad en él o sus ganas de ir a la fiesta.   

¿Por qué todos estaban tan felices por esa fiesta? Nos habían invitado a varias durante el año. Era normal: mi madre era una abogada adinerada que gestionaba una empresa muy importante de comida y mi padre era un escritor famoso en sus tiempos libres. Hace unos años mi padre fue contratado en una empresa muy importante y su puesto ha ido a mejor desde entonces. No entendía como esta vez podía ser diferente

-¿Estáis decorando el árbol? - Preguntó mi madre. Más que una pregunta parecía una afirmación. Se había sorprendido. Un milagro navideño. Pensé irónica. Era increíble que mi hermano hubiera accedido a colgar el árbol. A lo mejor mi padre le había advertido que debía comportarse si quería un coche por navidades.
Mi madre miró el reloj y dijo:

-¡Cariño es tardísimo! La fiesta empieza a las nueve – Lo dijo con un tono de fastidio y urgencia aunque se notaba que estaba feliz. Mi padre se acercó a ella y la besó. Mi hermano puso cara de asco. Inmaduro.
-Mira, lo que hemos hecho – Dijo entusiasmado. Cogió un cable que apareció detrás del árbol y lo llevó a la casa. Lo metió por la ventana y al parecer lo enchufó. – Lea, sube a la escalera y pon la estrella en la punta, el toque final. – Me ordenó.
Cogí la estrella dorada de cinco puntas bañada en purpurina. Subí por la escalera que mi padre había dejado y al llegar la último peldaño me estiré y la coloqué en la punta. Bajé y me y fui junto a mi hermano. Mi padre le dio al botón y el árbol se encendió. Pequeñas bombillas estaban repartidas por todo el árbol y brillaban como oro. Eran doradas y su resplandor me embargó de espíritu navideño. Todos sonreían. Mis padres se cogieron de la mano y mi hermano se acercó más a mí y me estrechó contra su pecho. Todos contemplamos como las luces bailaban en el árbol, embelesados.

-Feliz Navidad – murmuré.


Llegué a mi habitación y encontré el vestido encima de mi cama. Era granate, con cuello de barco, lo que dejaba al descubierto los hombros y la clavícula, y también abierto por la espalda en forma de V. Se apretaba al pecho y a las formas de la cadera y después era más suelto en la parte final. Lo veía bastante excesivo para mi edad pero sonreí porque me haría parecer un poco más mayor y sobretodo sexy. Los tacones eran negros con plataforma, muy sofisticados. Empecé a plantearme lo importante que sería para mis padres esta fiesta.
Después de ducharme, me enfundé en el vestido que se deslizó sobre mí como otra piel. Me miré al espejo de cuerpo y me sorprendí. Nunca pensé que un vestido podía cambiarte de tal forma.

-Lea, estás preciosa. – Mi madre había entrado sin que me diera cuenta. Llevaba puesto un vestido escotado verde botella que se deslizaba hasta sus pies. Se había recogido sus bucles rojizos con un pasador dejándose alguno, lo que le realzaba las formas de la cara. Estaba increíble.
Por su comentario me ruboricé. Era cierto que estaba guapa, lo veía. Pero era el efecto óptico del vestido, que era demasiado bonito.
-¿No crees que es excesivo? – Pregunté. Mirando mí reflejo en el espejo.
-Ya era hora que tuvieses algún vestido así. – Me sonrió mirándome con sus ojos verdosos. Yo también sonreí. - ¿No te vas a poner maquillaje? – Dijo divertida. Me hizo un gesto con la mano para que me sentase en el tocador. - Ven aquí. Vamos a ver… - Cogió un par de cajitas, botes y pinceles y se puso manos a la obra.


Mi madre y yo bajamos por las escaleras hacia el hall. Llevaba cuidado de no caerme con los nuevos tacones, lo que sería misión imposible. Mi padre y mi hermano no esperaban allí y se quedaron atónitos. Me ruboricé y tiré un poco del vestido hacia abajo. Mi padre miraba a mi madre con suma adoración y mi madre a él igual. Llevaba un traje con corbata muy formal que le estilizaba los hombros. Era alto, con el pelo negro con reflejos plateados y los ojos verdes. Tenía una amplia sonrisa. Mi hermano estaba a su lado jugando con las llaves del coche, impaciente. Tenía el pelo negro y peinado de una forma no tan formal como mi padre. Llevaba también traje, lo que le estilizaba, aunque mi hermano tenía menos hombros pero era más alto aun que mi padre. Tenía los ojos verdes también y con ese aspecto desinteresado atraería la mayoría de las miradas de las chicas, como siempre. Me convencí que ser la menos agraciada de la familia no era tan mala cosa. Así pasaba desapercibida.

Tras el trayecto, llegamos a una alta verja de pinchos. Bajamos el coche y llamamos al telefonillo. Había supuesto que los amigos, mejor dicho jefes, de mi padre, vivirían en un barrio así. Pero nunca me imaginé que sería en esa zona. El viaje había durado una hora y ahora me daba cuenta de porque: la casa se encontraba a un kilómetro y medio, como poco, de la más cercana y al lado del mar. Pero en cuanto entramos me asombré aún más. Era enorme. Tres casas del tamaño de la mía estaban construidas formando un círculo y su centro era una bonita fuente que sus aguas parecían doradas por las luces de su alrededor. Lo demás que rodeaban las casas y la fuente era hierba y árboles. Al final del terreno, unos cien metros detrás de la fuente, había una piscina cubierta que conectaba con el mar de la playa. Todos nos quedamos sorprendidos, era espectacular. Mi padre sonrió con orgullo y agarró el brazo de mi madre. Un mayordomo, supuse, nos vino a recibir y nos llevó a una de las casas. En cuanto mi padre abrió la puerta todo el silencio fue apartado por una ola de música, risas y olor a alcohol.

-¡Tom! – Saludó un señor con bigote. Le dio la mano a mi padre y dos besos a mi madre. – Estas preciosa, Michelle – La miró descaradamente y ella se ruborizó. Miré a mi padre, él sonreía. Se giró hacia mi hermano y hacia mí. - Veo que has traído a tus hijos. Me alegro. Son el futuro, ¿sabes? Hay que educarles bien para que lleguen a ser mejores de lo que nosotros hemos sido – Dijo exagerando. ¿La gente ya está borracha a estas horas? – ¿Cómo te llamas, hijo?
-Thomas, señor. – Respondió mi hermano. El señor del bigote le estrechó la mano y le dio una palmada en la espalda.
-¡Como tu padre! Que falta de imaginación. – Dijo mientras levantaba las manos con gesto teatral. Mis padres rieron con él. Mi hermano y yo no supimos que hacer. - ¿Y tú? – Esta vez me miró a mí.
-Lea – Dije mirándole a los ojos. No me gustaba la forma de ser de ese hombre. Tenía una forma de intimidar a la gente que no entendía, pero conmigo no iba a conseguirlo.
-Mmm… Bien. – Me miró complacido. Después se giró y movió la mano para que entráramos. – Bienvenidos a mi fiesta, familia Stonen.

Al parecer la gente, adulta en su mayoría, todavía no estaba tan borracha. Bueno, por ahora. Mis padres se fueron junto al jefe a un grupo, al parecer, de gente importante con los que mi padre estrechaba la mano y asentía con la cabeza mientras mi madre sonreía a su lado. El salón era muy grande. En una zona había una barra con un mayordomo sirviendo cócteles y comida. En la punta opuesta había una pista de baile en la que muchas parejas danzaban. En otra zona había una gran chimenea con un pino a su lado decorado de forma navideña, pero muy elegante: con dorados y plateados. Y en el otro extremo había mesas y sillas de manteles blancos en los que la gente reía mientras bebía.

-Tomi, ¿Dónde vas? – Le pregunté cuando se separó de mi lado.
-He oído que la hija del jefe esta bue… es muy guapa. – Miró por toda la sala - Voy a conocerla. – Es un “Te dejo plantada en una fiesta por otra chica de usar y tirar, hermana”
-Vale. Bueno, ten el móvil encendido por si acaso. –Me enseñó su teléfono, me sonrió y desapareció entre la multitud.

Suspiré. Me di una vuelta por la sala distraídamente. Pedí un San Francisco sin alcohol en la barra. Fui hacia el árbol de navidad y admiré las llamas del fuego, que ardían con fuerza. Después me senté en una de las mesas libres y mientras me terminaba el San Francisco, admiré celosa la elegancia con la que se movía la gente en la pista de baile.

-Te aseguró que está mucho mejor con alcohol. – Me giré hacia dónde provenía la voz.
Era un chico, joven, un poco más mayor que yo, supuse. Me había ensimismado mirando a la gente y ni me había dado cuenta de que se había sentado a mi lado.
-¿Perdona? – Dije sorprendida.

Él sonrió divertido. Era guapo: Tenía el pelo negro y los ojos... Parecían marrones, o azules. Aunque estaba sentado parecía delgado, con los hombros un poco anchos y alto. Iba vestido con un traje negro que le hacía muy elegante.

-Si tomas el San Francisco con alcohol sabe mucho mejor, lo aseguro – Dijo con una sonrisa de medio lado. Llamó al camarero y sin tiempo a negarme le pidió uno.

Quería preguntarle como sabía que había pedido un sin alcohol pero en su lugar dije:

-¿Cuántos años tienes?
-Diecisiete – Dijo sorprendido. – Eres de las directas, eh. ¿No quieres ni siquiera saber cómo me llamo? – Amplió su sonrisa cuando me ruboricé.
-No quería decir… eso. Es decir, lo he dicho porque quería confirmar que eres menor de edad, por lo que no puedes tomar alcohol… – Me reí. Me estaba poniendo nerviosa la forma en que me miraba. Qué vergüenza, pensé. – Vale, si, - Carraspeé. - ¿Cómo te llamas?
-Rober, Rober Benett. Pero para ti Rob. – Me guiñó un ojo. – Ahora te toca a ti, nombre y años.
-Lea Stonen y quince años. – Respondí, siguiéndole el juego. Que chico más raro.
-Bien, Lea Stonen. ¿Quiere que le enseñe este lugar? – Dijo tendiéndome la mano boca arriba de forma teatral.

Le di mi mano y sonreí como respuesta.


domingo, 12 de enero de 2014

Bienvenido a mi mente, ¿Quiere que le coja el abrigo? Hace frió fuera, sin duda. Un largo invierno, ¿No es cierto? Bueno, como todos. Venga, pase. Le enseño la casa. Aquí esta la sala de las pesadillas, los miedos y las inseguridades. No se acerque mucho. Muerden y se desatan con facilidad. Bien continuemos. No se asuste, esta casa también puede ser acogedora. Mire, esta es la habitación de los sueños y las esperanzas, los amores platónicos... Es bonita, ¿verdad? Mejor que tampoco se acerque, se su belleza se rompe con facilidad. Bueno, a ver, le enseñaré otra. Una a la que se pueda acercar y tocar. Es de las mejores, la habitación dorada. Pase... Se que no parece nada fuera de lo común: una biblioteca, libros viejos tal vez leídos demasiadas veces. Grandes estanterías y mesas de madera con lámparas. Pues bien, no se deje engañar. Cada libro, cada palabra, cada letra dibujada. Es el resultado de toda mi historia, de todas mis acciones, de todos los cambios. De cada día a día aburrido o de cada noche que merece la pena. De cada sentimiento, emoción... Todos esos libros son yo, mi historia, mi tiempo. Y aun se están escribiendo.


Domingo, flor de luz, casi increíble
día. Bajas sobre la tierra
como un ángel inútil y dorado.
Besas
a las muchachas
de turbia cabellera,
vistes de azul marino
a los hombres que te aman, y dejas
en las manos del niño
un aro de madera
o una simple esperanza. Repartes
golondrinas, globos de primavera,
te subes a las torres
y giras las veletas
oxidadas. Tu viento agita faldas
de colores, estremece banderas,
lleva lejos canciones
y sonrisas, llena
las estancias de polvo plateado.
Los árboles esperan
tu llegada
para cubrirse de gorriones. Sabe más fresca
el agua de las fuentes.
Las campanas dispersan
palomas imprevistas
que vuelan
de otro modo.
No hay nadie que no sepa
que es domingo,
domingo.
Tu presencia
de espuma lava,
eleva,
hace flotar las cosas y los seres
en un nítido cielo que no era
-el lunes- de verdad:
apenas desteñido papel, vidrio olvidado,
polvo tedioso sobre las aceras.
Y con esta entrada, os deseo buenos días.