sábado, 18 de enero de 2014

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Iba rompiendo el aire. La adrenalina me recorría, ardiente. Sentía el frío en mis calientes mejillas sonrosadas. Abrí los brazos. La libertad me abrazaba. Me di más impulso y exhalé una gran nube de vaho. La carretera se veía difusa en mis pies. Veloz como el viento. Era uno de los momentos en los que más me evadía. Solo pensaba en esa sensación, la adrenalina. Aceleré más y más. El mar a mi lado rugía con fuerza y el viento me alborotaba el pelo. De repente, la imagen se volvió aún más difusa. El paseo marítimo desapareció entre un tornado de colores y confusión. Mierda. El dolor apareció. Ay.  Aparecí en el suelo despatarrado. La pierna me sangraba al lado de un moratón del otro día. Joder. El longboard seguía por el camino, cuesta abajo, con mayor velocidad que cuando iba sobre él. Me levanté y noté un pequeño pinchazo de dolor sobre la herida. Corrí tras él. Bajé la cuesta y el longboard no se detenía. La calle de más allá era totalmente recta. Corrí y el maldito long no se detenía. Di una bocanada de aire helado y aceleré. No me podía creer que se estuviera yendo hacia la casa de… Una figura apareció al final de la eterna calle. Estaba oscuro y las farolas anaranjadas no la iluminaban mucho. Pero supe con seguridad de quién se trataba. Estaba impresionante. Con un vestido rosa que marcaba sus formas. Me dieron ganas de correr hacia ella y… Uf. Para. Para.
-         - ¿Liam? – Preguntó parando el longboard con el pie. Me encantaba como mi nombre sonaba en sus labios.
-          -Perrie. – Dije sorprendido. Me peiné para el lado el flequillo y la miré de arriba abajo otra vez. Dios, me puede. - ¿Qué haces aquí? – Pregunté con voz ronca.
-       - Es mi calle, Liam. –Me respondió con los ojos en blanco. Después, se sentó en el bordillo de la calle y me senté a su lado. Se le había corrido un poco el maquillaje por debajo de los ojos y no sonreía. – Vale. Bueno, supongo que necesitaba tomar el aire.
Estábamos a unos metros de la lujosa valla de bienvenida de su casa. Normalmente esta calle estaba desierta. Iba con mi longboard por la costa hasta su casa y me volvía hacia la mía. Nadie pasaba por allí. Era un sitio tranquilo. Pero esta vez el trozo de calle que daba con su casa estaba repleto de lujosos coches aparcados uno detrás de otro.
-         - Haces una fiesta ¿y no me invitas? – Le comenté de broma. – Ya sabes que me encantan – Y me encantas.
Me miró avergonzada y después molesta.
-          Estoy cansada. – Bajó la mirada hacia sus manos quienes jugaban con su anillo.
-          -¿Qué pasa? - Me miró indecisa. – Venga, suelta – La dije dándole un pequeño codazo y sacándole media sonrisa.
-          -Un gilipollas. – Suspiró. – Aunque realmente soy yo la idiota por seguir enamorada de él.
Con sus palabras me llegó un pequeño shock. Enamorada de él. Fueron como si me arrojaran un jarrón de agua fría. Sabía que ella conocía a más gente y que había salido con chicos pero me fue difícil ocultar mi pesar.
-         - ¿Estás bien? -  Fue lo único que pude articular.
-          -Supongo. – Me miró a los ojos y sonrió. Se levantó y me tiró de la muñeca para que hiciera lo mismo. Cogí el longboard y me puse en pie. – Mira, ya que estas aquí, te invito a mi fiesta. Vamos a pasarlo como nunca, ¿vale?
La seguí el juego. La había animado y puede que esa noche lo pasara muy bien. Por un instante, me deprimí pensando que a lo mejor me estaba aprovechaba de su debilidad del momento. Después pasó y me conformé con lo que había.
-Vamos – Le pasé el brazo por su cintura y fuimos hacia la gran valla.

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