Agua.
Veo gotas caer débilmente sobre el suelo. Una, dos, tres…
Cada vez más rápidas y más fuertes. Caen del techo, de las grietas, de los
picos. No las oigo caer. Pero las veo. La habitación se está inundando. Tengo
miedo. Observo como las gotas resbalan por las paredes y se llevan pintura rosa
que se une a ellas. El charco pasa a ser un lago, y de lago a mar. Me estoy
ahogando. Mi pelo se mueve dormido al son de las suaves ondas de la habitación.
Me queda poco aire. ¡Nada!- Me digo. Mi cuerpo se mueve para salvarme. Llego a
el poco oxigeno de la habitación que hay. Respiro con la boca, reteniendo en
mis pulmones las últimas gotas de vida. Me vuelvo a hundir cuando el agua ocupa
toda la habitación. Pataleo, grito, me doy con los muebles que vuelan libres
por la habitación. ¡Resiste!- Me digo.
Tengo ganas de llorar. No, ahora no por favor, necesito seguir viviendo,
no me puedo ir. Piensa. Nado con la esperanza en mi cabeza y la resistencia
sobre mis músculos. Agarro el pomo, lo giro. El agua me arrastra fuera de la
habitación. Vivo. Vivo y sonrío.
Aire.
Me alzo, huyendo de todo problema que se me ha puesto por
delante. Sí, estoy escapando. Pero es que yo no soy valiente, solo era un
disfraz, para que los demás piensen que lo soy, y así creerme hasta yo mi
propia mentira. Es duro reconocerlo, pero soy débil y necesito volar, y ver.
Muevo los brazos y me abro camino. Me quedo aquí, pero no estoy, nadie me ve.
Vuelo y revoloteo por allí y por allá. Observo, escucho. La vida me da la oportunidad
de ver como es ella para los demás. Miro y veo pobreza, angustia, ira,
desaprobación, muerte. Pero también veo alegría, amor, felicidad y sobretodo
esperanza. La esperanza en un cambio, y en una mejora. Hora de volver, mirar
desde arriba, en el aire, desde otra perspectiva, te hace ver que no eres el
único que vive desgracias y alegrías, y que la vida puede ser injusta, pero que
en cuanto te roba algo, te lo devuelve de otra forma. Y doy gracias de estar
viva una vez más, antes de posarme en el suelo, como otra persona más, en este
mundo de locos.
Fuego.
Noto el aire caliente que me recorre. Recorre la habitación,
el suelo y mis venas. De arriba abajo, rápidamente, como fuego helado. No me
gusta esa sensación pero es inevitable. Me desgarra y me pongo furioso,
envidioso e inestable. La ira me corroe. Siento ganas de tirar por la ventana
al primero que me hable. No tengo ganas de nada. Me quedare aquí, esperando a
que pare, este incesante dolor.
Tierra.
Voy andando descalza por la hierba verde que recubre estos
bastos campos. Los arboles crecen sinuosos y agarrados de la mano enredando sus
ramas unas con otras. Desde las frescas puntas de ellos, gracias a la abundante
lluvia de estos últimos días, asoman tímidas y gloriosas de su nueva vida, unas
florecillas de un color blanquecino que decoran con su gran aroma. Mientas
camino, hormiguillas forman filas que parecen hilo de azabache. Voy contando
mis pasos hasta encontrar un viejo árbol de tronco rasgado. A sus pies, miles
de mariposas visten sus vestidos más preciados, rigurosamente confeccionados,
que hacen ver que la primavera ha llegado, danzando y creando así, una
maravillosa armonía de colores.
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