viernes, 7 de marzo de 2014

Elementos.



Agua.
Veo gotas caer débilmente sobre el suelo. Una, dos, tres… Cada vez más rápidas y más fuertes. Caen del techo, de las grietas, de los picos. No las oigo caer. Pero las veo. La habitación se está inundando. Tengo miedo. Observo como las gotas resbalan por las paredes y se llevan pintura rosa que se une a ellas. El charco pasa a ser un lago, y de lago a mar. Me estoy ahogando. Mi pelo se mueve dormido al son de las suaves ondas de la habitación. Me queda poco aire. ¡Nada!- Me digo. Mi cuerpo se mueve para salvarme. Llego a el poco oxigeno de la habitación que hay. Respiro con la boca, reteniendo en mis pulmones las últimas gotas de vida. Me vuelvo a hundir cuando el agua ocupa toda la habitación. Pataleo, grito, me doy con los muebles que vuelan libres por la habitación. ¡Resiste!- Me digo.  Tengo ganas de llorar. No, ahora no por favor, necesito seguir viviendo, no me puedo ir. Piensa. Nado con la esperanza en mi cabeza y la resistencia sobre mis músculos. Agarro el pomo, lo giro. El agua me arrastra fuera de la habitación. Vivo. Vivo y sonrío.

Aire.
Me alzo, huyendo de todo problema que se me ha puesto por delante. Sí, estoy escapando. Pero es que yo no soy valiente, solo era un disfraz, para que los demás piensen que lo soy, y así creerme hasta yo mi propia mentira. Es duro reconocerlo, pero soy débil y necesito volar, y ver. Muevo los brazos y me abro camino. Me quedo aquí, pero no estoy, nadie me ve. Vuelo y revoloteo por allí y por allá. Observo, escucho. La vida me da la oportunidad de ver como es ella para los demás. Miro y veo pobreza, angustia, ira, desaprobación, muerte. Pero también veo alegría, amor, felicidad y sobretodo esperanza. La esperanza en un cambio, y en una mejora. Hora de volver, mirar desde arriba, en el aire, desde otra perspectiva, te hace ver que no eres el único que vive desgracias y alegrías, y que la vida puede ser injusta, pero que en cuanto te roba algo, te lo devuelve de otra forma. Y doy gracias de estar viva una vez más, antes de posarme en el suelo, como otra persona más, en este mundo de locos.

Fuego.
Noto el aire caliente que me recorre. Recorre la habitación, el suelo y mis venas. De arriba abajo, rápidamente, como fuego helado. No me gusta esa sensación pero es inevitable. Me desgarra y me pongo furioso, envidioso e inestable. La ira me corroe. Siento ganas de tirar por la ventana al primero que me hable. No tengo ganas de nada. Me quedare aquí, esperando a que pare, este incesante dolor.

Tierra.

Voy andando descalza por la hierba verde que recubre estos bastos campos. Los arboles crecen sinuosos y agarrados de la mano enredando sus ramas unas con otras. Desde las frescas puntas de ellos, gracias a la abundante lluvia de estos últimos días, asoman tímidas y gloriosas de su nueva vida, unas florecillas de un color blanquecino que decoran con su gran aroma. Mientas camino, hormiguillas forman filas que parecen hilo de azabache. Voy contando mis pasos hasta encontrar un viejo árbol de tronco rasgado. A sus pies, miles de mariposas visten sus vestidos más preciados, rigurosamente confeccionados, que hacen ver que la primavera ha llegado, danzando y creando así, una maravillosa armonía de colores. 

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